Disfrutar a Jesús
CREEMOS QUE DISFRUTAR A JESÚS ES LO QUE NOS LIBERA DE LA ADICCIÓN DE NUESTROS DESEOS EGOÍSTAS Y NOS PERMITE POR PRIMERA VEZ DISFRUTAR DE LAS COSAS QUE DIOS NOS REGALA SIN QUE ÉSTAS NOS ESCLAVICEN
¿POR QUÉ DISFRUTAR?
Al pensar en cosas que valora nuestra iglesia alguno podría sorprenderse de no encontrar frases como: “valoramos la santidad personal, valoramos la lectura de la Biblia, valoramos la oración o el cantar juntos canciones de adoración…”. Si bien cada una de éstas, y muchas otras cosas son muy importantes para nosotros y merecen su lugar; entendemos que hay algo mucho más profundo que debe tener prioridad.
Muchas personas creen erróneamente que la vida cristiana se resume en obedecer a Dios y hacer su voluntad a cualquier precio. No queremos negar que una parte importante de ser cristiano incluye este aspecto, pero queremos destacar que la obediencia cristiana es un resultado y no un fin en sí mismo.
Si ser cristiano se tratara de seguir una serie de normas y reglas (como leer la Biblia o ir a la iglesia), los fariseos (los religiosos más comprometidos en la época de Jesús), no hubieran sido tan enfáticamente condenados por Cristo. Como hemos visto en el valor anterior, uno puede tener muy diversas motivaciones para ser una persona religiosa y mostrar santidad.
Debido a esto, creemos que disfrutar a Jesús debería ser nuestro enfoque más alto. Cada vez que esto sea una experiencia real en nosotros, afectará indefectiblemente a todo lo que hagamos.
¿QUÉ IMPLICA DISFRUTAR ALGO?
Comencemos meditando por unos momentos qué significa disfrutar. Piensa en un hombre que le encanta el fútbol. Si cualquiera lo observa desde fuera enseguida se daría cuenta que su vida gira en torno a ver cada partido que juega su equipo favorito. La Liga, la Champions, la Copa del Rey, el mundial; siempre que juega España o su equipo preferido ve la televisión, lee todos los periódicos deportivos (antes y después de los partidos) y habla con sus amigos en el trabajo sobre casi cada jugada. ¿Por qué lo hace? La respuesta es obvia. Porque disfruta el fútbol. Esta ilustración nos ayuda a entender un concepto importante: Cuando disfrutamos profundamente una cosa, llegamos a amar profundamente esa cosa. ¿O acaso no dirías que este hombre ama el fútbol? Hemos elegido el fútbol, aunque bien podría haber sido la comida, las vacaciones, el dinero, un novio, el tener un cuerpo de modelo o de atleta y un sinfín de cosas más.
Si lo piensas un momento, lo opuesto también es cierto. Cuando no disfrutamos algo, respondemos con indiferencia. Quizás a ti no te gusta el fútbol y jamás te sentarías a ver un programa de deportes. Lo mismo puede suceder con un programa de cocina o con aprender nuevas técnicas de bordado. Lo que no disfrutamos, nos produce indiferencia.
Aunque te suene bastante obvio, reflexionar acerca de esto es esencial para entender cómo funciona el corazón del ser humano. ¿Por qué? Porque nos ayuda a definir qué es el amor. Expresado de una manera corta y simple: El amor es una respuesta (casi incontrolable) de nuestro corazón cuando se encuentra con algo que disfruta profundamente.
Nuestra iglesia sostiene seis valores fundamentales. Los primeros tres de ellos nos ayudan a vivir el Gran Mandamiento y tienen que ver con lo que queremos “ser”. Los últimos tres nos ayudan a vivir la Gran Comisión y tienen que ver con lo que queremos “hacer”. Nuestra intención es que estos valores afecten e influyan el pensamiento, la vida y todas las actividades y acciones de todos los miembros y asistentes de nuestra iglesia.
¿QUÉ IMPLICA AMAR ALGO?
En primer lugar, como dijimos antes, amar involucra experimentar un profundo deleite y placer en algo. Cuando el hombre de nuestro ejemplo está frente a la televisión viendo su partido de fútbol está feliz, encuentra placer, dentro de él hay una sensación de bienestar (salvo que su equipo pierda, lógicamente). Este hombre realmente disfruta ver el partido. Nadie tiene que obligarlo ni forzarlo a sentarse delante de la tele. Ama hacerlo. En contraste, su esposa ama su figura y por eso disfruta enormemente las rebajas e ir a comprar ropa al centro comercial. Por supuesto, lo que para ella es un deleite, para él sería una carga insoportable y viceversa. ¿Por qué? Porque cada uno disfruta algo diferente y, como resultado, cada uno ama algo diferente.
En segundo lugar, amar involucra hacer todo lo necesario para disfrutar más de aquello que amas. El hombre de nuestro ejemplo trabaja duramente para poder mantener su subscripción a la TV de pago. Si tiene que privarse de otras cosas para hacerlo, pues ni lo piensa. No solamente eso, sino que también organiza su horario semanal en función de los partidos. De hecho, cada vez que puede, gasta lo que no tiene en entradas para ir al estadio a ver a su equipo. Y, aunque no gana mucho, ahorra y viaja con su equipo al extranjero invirtiendo una enorme cantidad de tiempo y dinero en encontrar un hotel barato, alquilar un coche, llevar un GPS con la dirección del estadio y convencer a alguno de sus amigos para que vaya con él. Incluso no tiene ningún problema en pedir días de vacaciones en su trabajo y levantarse de madrugada para tomar el vuelo. ¿Puedes verlo? ¡Amar algo te vuelve enormemente activo! Harás (con gusto) cualquier sacrificio que tengas que hacer para disfrutar con más intensidad y por más tiempo aquello que amas.
En tercer lugar, amar algo produce un desapego (casi inconsciente y no doloroso) de las cosas que me alejan de disfrutar aquello que amo. Al hombre de nuestro ejemplo no le molesta en absoluto perderse el programa de cocina de las ocho. De hecho, ¡Ni lo piensa! Tampoco le preocupa demasiado la política, las últimas tendencias de la moda o si su barriga está creciendo considerablemente por estar tanto tiempo sentado frente a la tele.
Finalmente, amar algo crea un profundo dolor cuando no tengo la posibilidad de disfrutar aquello que amo. Dile a nuestro hombre que no puede ver la final de la Champions. Pregúntale cómo se siente. Mira su cara y examina la expresión de esta. Pero mira ahora a su mujer y pregúntale si le produce dolor aumentar de peso. ¿Cómo se siente? ¿Puedes verlo? Cuando perdemos aquello que nuestro corazón disfruta (el fútbol, mi imagen, mi figura, mi éxito, mi dinero, mis vacaciones, el respeto de otros, un ser querido, etc.); se produce una tremenda decepción.
¿QUÉ SIGNIFICA DISFRUTAR A JESÚS?
Ahora que hemos reflexionado un poco sobre el tema, estamos en condiciones de poder entender con mayor exactitud qué significa disfrutar a Jesús.
Disfrutar a Jesús es una experiencia donde poco a poco voy deleitándome en su persona y en su obra, hasta que esta llega a ser lo que más amo en la vida.
El apóstol Pablo expresa este gran objetivo de vida en Filipenses 1:21. En ese versículo afirma: “Para mí el vivir es Cristo”. Dicho de otra forma, “No hay nada que me cause más placer en esta vida que Él”. Esto es exactamente lo que queremos decir. Disfrutar a Jesús es encontrar un creciente placer en conocer quién es Él y en meditar en lo qué ha hecho por nosotros (especialmente meditar en las implicaciones de su sacrificio en la cruz). Tal como hemos visto en los ejemplos de arriba, llegar a disfrutar de una relación con Jesús de esta forma, inevitablemente nos lleva a amarle cada vez con mayor intensidad. Como puedes ver, disfrutar de Jesús es lo que nos llevará a amar a Jesús (y vivir así el Gran Mandamiento).
¿Qué estamos intentando decir? Lo mismo que dijo Pablo en Filipenses 3:7,8: “Pero todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y aún más, yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo, y lo considero como basura a fin de ganar a Cristo”.
Cuando disfrutamos a Jesús (como cuando disfrutamos el fútbol o cualquier otra cosa) toda nuestra vida empieza a girar en torno a Él. De hecho, Jesús se transforma en el motor de todas nuestras acciones. Como lo amamos y disfrutamos su cercanía, hacemos (gustosamente) enormes sacrificios para poder pasar tiempo con Él. Lógicamente nos privamos de algunas cosas, pero no nos molesta. Todo lo contrario. Ni pensamos demasiado en ello. Puesto que estamos tan enamorados de Cristo (como el hombre lo estaba del fútbol y su mujer de la ropa) que ni siquiera se siente como una carga. De hecho, cualquier cosa que nos aleje de disfrutar de su persona ya no nos cautiva ni nos seduce como antes.
¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE DISFRUTAR A JESÚS?
iénsalo un momento. ¿Por qué un hombre mira pornografía? ¿Por qué un empleado miente en su trabajo? ¿Por qué una mujer compra ropa con su tarjeta de crédito cuando realmente no tiene dinero para hacerlo? Desde una perspectiva cristiana, la respuesta a estas tres preguntas es siempre la misma. Porque hay algo que esa persona disfruta más que su relación de cercanía con Jesús. Puede ser que la persona disfruta el sexo, que anhela tener la seguridad y estabilidad que le provee su trabajo, que valora demasiado su imagen y la opinión de los demás u otras cosas. Pero en esencia hacemos aquello que Dios no desea porque estamos convencidos de que nos va a dar placer (¡Nadie en su sano juicio elige hacer cosas que le harán sufrir!). La razón por la que vivimos de esta forma es que estamos engañados. Pensamos que esas cosas nos harán felices, pero, como hemos visto en los valores anteriores, son ídolos engañosos que nos dejan vacíos, sedientos y adictos.
El reconocido autor John Piper escribió:
“La lujuria es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en el sexo…La codicia es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en las cosas… La impaciencia es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en nuestros propios planes… La amargura es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en la venganza… La ansiedad es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en controlar nuestra vida… El orgullo es alejarnos de Dios para buscar satisfacción en nosotros mismos. En resumen, la incredulidad es alejarnos de Dios y de su Hijo a fin de buscar satisfacción en otras cosas”.
La Biblia nos muestra que sólo cuando Jesús llega a ser nuestra perla de gran precio, es decir, aquello que más disfrutamos; sólo entonces somos capaces de abandonar cualquier pseudo-placer que el mundo pueda ofrecernos (Mateo 13:45,46). De esta forma, sólo cuando estamos disfrutando verdaderamente de Jesús, somos libres de la esclavitud de caer una y otra vez en los mismos ciclos de adicción que prometen darnos vida y terminan dejándonos vacíos (Romanos 6:14). ¿Por qué? ¿Porque nos hemos esforzado en rechazar el pecado? ¡No! Porque estamos disfrutando algo tan precioso que rompe el poder de magnetismo que el pecado tenía sobre nuestra vida. Ahora el Espíritu Santo está a gusto en nuestro corazón y comienza a poner en nosotros anhelos e inclinaciones que antes no teníamos. Poco a poco, comenzamos a ser más pacientes, más mansos, más fieles, etc.; porque el Espíritu de Dios está actuando en nosotros. Estos cambios son el fruto de su obra en nuestro corazón resultado de que estamos disfrutando de Él (Gálatas 5:22-24).
Por otro lado, disfrutar a Jesús es absolutamente esencial porque, al hacerlo, estamos diciendo que Jesús es valioso para nosotros. Es decir, le estamos glorificando (que es el término bíblico para indicar que algo es valioso). Si lo piensas por un momento, el hombre que disfruta el fútbol (aunque no lo diga) está gritando con su vida que el fútbol es valioso y que es digno de que él le entregue su tiempo, su dinero y su atención. Lo mismo sucede con una persona que valora su imagen, su éxito laboral o un título universitario. ¿Cuántas horas, desvelos y esfuerzo nos roban cada uno de ellos? Cada vez que disfrutamos profundamente algo, le estamos atribuyendo valor. Cada vez que encontramos placer en algo estamos gritando: “¡Esto es muy valioso para mí!”.Dios es el ser más valioso del universo. Nada ni nadie tiene tanto valor como Él. Cuando Él nos llama a glorificarle nos está invitando a disfrutar de Él. Pero, ¿cómo podemos hacer para disfrutarlo? La respuesta es muy simple pero muy profunda: volviendo a experimentar el evangelio.
Como hemos expresado en nuestro primer valor, el evangelio nos confronta. Como hemos ampliado en nuestro segundo valor, examinar nuestras motivaciones y descubrir nuestros ídolos profundiza el dilema. No somos cristianos acabados (Filipenses 3:14,15). Todavía estamos en proceso de llegar a ser aquello que fuimos llamados a ser. Sin embargo, saber esta verdad y sentir esta verdad son dos cosas totalmente diferentes. Decir que todavía soy un pecador y experimentar convicción de pecado, son cosas muy distintas. Afirmar que todavía peco es muy diferente a sentir una profunda contrición porque le he gritado a mi cónyuge o a mis hijos. Como enseña Cristo en el sermón del monte, la verdad más importante en la vida cristiana es ver nuestra pobreza espiritual (Mateo 5:3). Nadie aprecia un médico cuando está sano. Todos anhelan uno cuando se dan cuenta de su enfermedad. No puedo disfrutar a Jesús, si primero no lloro por mi inclinación diaria a alejarme de él.
Nuestro gran desafío como cristianos es volver a experimentar diariamente las emociones del día de nuestra conversión (Apocalipsis 2:4). Es decir, las dos grandes realidades y verdades que vimos aquel día y que el evangelio nos recuerda: “Soy un gran pecador, pero Dios es un gran Salvador”. Cuando el evangelio deje ser un bonito recuerdo, como el de un socorrista que ha rescatado nuestra vida hace diez años, y nos demos cuenta que nos ha sacado de lo oscuro de las profundidades hace diez minutos; entonces Cristo volverá a ser valioso para nosotros y no desearemos hacer otra cosa que glorificarlo.
¿Qué debo hacer si mi deseo de Jesús no está presente? Si deseas profundizar en esta pregunta puedes consultarnos con gusto te guiaremos