Si tuviéramos que definirla con una frase simple y concreta diríamos que la contextualización son todos aquellos esfuerzos que hacemos para adaptar nuestro mensaje a la cultura que nos rodea. No estamos hablando de cambiar el contenido del mensaje, estamos hablando de cambiar el envoltorio con el que se presenta. En otras palabras, es intentar adaptar la forma en la que hacemos todas nuestras actividades como iglesia con el propósito de que sean mejor entendidas por las personas que no conocen a Jesús.
Tim Keller da una definición un poco más larga y técnica que la nuestra pero que merece la pena leer y meditar con detenimiento:

“La contextualización no es -como a menudo se piensa- «darle a la gente lo que quiere oír». Más bien se trata de darle a la gente las respuestas de la Biblia, que probablemente no sea lo que quieren oír, a cuestiones sobre la vida que la gente pregunta en un momento y lugar específicos, en un lenguaje y una forma que pueden entender y por medio de apelaciones y argumentos con fuerza que puedan sentir, aun en el caso de que los rechacen. La contextualización adecuada significa traducir y adaptar la comunicación y el ministerio del evangelio a una cultura en particular sin poner en peligro la esencia y los rasgos del evangelio mismo”.

En Lucas 16:1-8 Jesús cuenta una de las parábolas más enigmáticas del Nuevo Testamento. Un mayordomo administra mal los bienes de su amo y, sabiendo que se le va a pedir cuentas y que va a ser despedido, modifica el trato normal que debería tener con los deudores de su amo y les dice que le paguen menos de lo que deberían. ¿Por qué lo hace? El versículo 4 lo explica claramente. Para que estas personas lo reciban en sus casas una vez que haya sido cesado. Dicho de otra forma, cambia su trato para “ganarlos”. Modifica su forma de actuar para ser aceptado por ellos. Adapta su comportamiento y los trata de una manera distinta. ¿Moraleja? “El señor elogió al mayordomo injusto porque había procedido con sagacidad, pues los hijos de este siglo son más sagaces en las relaciones con sus semejantes que los hijos de la luz” (Lucas 16:8). Jesús nos da una lección de marketing. Su enseñanza es muy clara. Las personas no cristianas (aunque tienen motivaciones egoístas) saben mucho mejor que las cristianas cómo modificar su forma de actuar para ganar amigos y lograr sus objetivos. Es decir, son mucho más astutos ellos para lograr algo malo, ¡Que nosotros para lograr algo bueno!

Como dijo Jesús en Mateo 10:16: “Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas”. ¿Puedes verlo? Contextualizar no es una opción, contextualizar es un mandato. Nuestra pregunta constante como iglesia debería siempre ser: ¿Qué cambios o ajustes podríamos hacer para que todo lo que hacemos sea más fácilmente entendido y aceptado por las personas no creyentes? ¿Qué cambios de formas debemos hacer para que se sientan cómodos entre nosotros y acepten más fácilmente nuestro mensaje? ¿Cómo podemos amarlos de manera creativa y original? Si quieres pensar en la diferencia entre buscar agradar a otros y buscar ser aceptados por otros, lee aquí. Después de todo alguien podría preguntar: ¿No se suponía que buscar agradar a otros era idolatría?

La clave de la contextualización efectiva es entender la diferencia entre la función que tiene una determinada actividad y la forma en que esa actividad se realiza. Definido de manera corta y simple:

  • La función: tiene que ver con lo que queremos hacer.
  • La forma: tiene que ver con la manera en que queremos hacerlo

He aquí algunos ejemplos:

  • La función: queremos orar como iglesia.
  • La forma: decidimos tener una reunión los jueves por la noche para orar.

Pero, ¿Qué pasaría si los líderes de la iglesia deciden que la reunión sea los sábados por la mañana? O, ¿Qué pasaría si se decide cambiar el lugar de reunión y, en vez de vernos en la iglesia, se decide comenzar a reunirnos en pequeños grupos en distintas casas? ¿Puedes verlo? Es posible eliminar la reunión de oración sin eliminar la función que ésta cumplía. Es posible modificar la forma y aún seguir cumpliendo con el mismo objetivo.

Pensemos en otro ejemplo:

  • La función: queremos que los jóvenes tengan su espacio para ser edificados.
  • La forma: decidimos tener una reunión los sábados por la noche para hacerlo.

Piensa lo siguiente. El mandato de Jesús fue ser astutos. ¿Qué le llama más la atención al típico joven español un sábado por la noche; ir a una reunión en la iglesia o ir a una reunión en una casa o en algún bar? (¿Te imaginas un grupo de cristianos pasando un tiempo divertido juntos en un bar mientras charlan sobre cuestiones de la Biblia? ¿Será que esta imagen se acerca más a la idea de “luz” en el mundo? ¿Será que por esta clase de comportamiento “indebido” y “poco religioso” Jesús fue condenado por ser amigo de bebedores, publicanos y prostitutas?).

Podemos cambiar y adaptar nuestras formas. ¡Todas ellas! Nuestra forma de predicar, nuestra forma de cantar, nuestra manera de pasar la ofrenda, o cualquier otra actividad que realicemos. La pregunta que siempre debemos hacernos es: ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo? Pero, al responder esta pregunta; debemos poner a un lado nuestra comodidad y nuestros deseos; y priorizar, como Pablo, la comodidad y el deseo de otros. Después de todo, ¿No es esa la forma práctica en que cumplimos con el Gran Mandamiento y la Gran Comisión?