Evangelismo contextualizado
CREEMOS QUE EL EVANGELISMO CONTEXTUALIZADO ES LA ÚNICA FORMA EN LA QUE OTRAS PERSONAS PUEDEN ENTENDER LO QUE JESÚS HIZO POR ELLOS
¿QUÉ ES EVANGELIZAR?
Imagínate que estás conduciendo con tu cónyuge o con un amigo en medio de una preciosa montaña. Son vuestras vacaciones y habéis decidido pasear por una reserva natural. Miráis a los lados y os quedáis asombrados por los distintos tipos de árboles que veis. Es otoño y los colores de las hojas parecen haberse multiplicado. Naranja, rojo fuego, amarillo. El cielo se encuentra completamente despejado y las tonalidades parecen brillar más que nunca. Incontables pinos verdes completan la escena. De repente, seguís conduciendo y contempláis una increíble cascada. ¿Qué es lo primero que dirías? ¿Cuál piensas que sería la primera palabra que saldría de tu boca? Déjanos ayudarte. Seguramente, tanto en ese momento como a lo largo de todo el trayecto, no dejarías de decir: “¡Mira! ¡Mira las hojas de esos árboles! ¡Mira el color del cielo! ¡Mira lo preciosa que es esa cascada!”
Todos los seres humanos compartimos aquello que disfrutamos. Todos anhelamos contarle a otros aquello que es valioso para nosotros. Es algo tan natural que prácticamente no podemos evitarlo. ¿Qué es lo primero que hace hoy una persona después de hacerse una foto? ¡La sube a Facebook! ¡La comparte! Nadie que valora algo se queda callado. Somos seres sociales y disfrutamos profundamente compartir aquello que disfrutamos.
Teniendo en cuenta esta realidad, ¿Qué es evangelizar? Evangelizar es el resultado de disfrutar el evangelio. Lee bien la frase. No es el resultado de creer el evangelio, es la consecuencia inevitable de disfrutarlo, de valorarlo, de encontrar enorme placer en lo que Cristo hizo por nosotros.
¿Qué es lo que hace la mujer samaritana después de conocer a Jesús? Exactamente lo mismo que cualquier persona en una hermosa montaña:
“Entonces la mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a los hombres: Venid, mirad a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será éste el Cristo? Y salieron de la ciudad e iban a Él” (Juan 4:28-30).
Nadie tiene que obligar a esta mujer a hablarles a otros de Jesús. Hacerlo es su mayor alegría. Evangelizar es justamente eso. Es la acción de compartir el mensaje del evangelio con otras personas como resultado de estar disfrutándolo en la propia. Después de ser liberado por Jesús, el endemoniado gadareno lo expresa de manera insuperable: “Y empezó a proclamar en su ciudad cuán grandes cosas Jesús había hecho por él” (Marcos 5:18-20). ¿Puedes verlo? Sólo la persona que hoy (no ayer) es capaz de apreciar “cuán grandes cosas Jesús ha hecho” por él o por ella, tiene deseos de decirle a otros: “¡Mirad!”.
En Mateo 4:19 Jesús hace una afirmación muy relevante: “Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres”. Esta frase contiene dos conceptos dignos de considerar. En primer lugar, habla acerca de algo que nosotros tenemos que hacer. Y, en segundo lugar, habla acerca de algo que Jesús va hacer. Según este pasaje nuestra tarea es seguir a Jesús. Pero, ¿qué significa eso? El contexto del versículo nos ayuda a entenderlo. Pedro y Andrés, a quien Jesús expresa estas palabras, estaban echando sus redes al mar. ¿Por qué? Porque ellos trabajaban como pescadores. Ese era el medio a través del cual ganaban su sustento diario y daban de comer a su familia. Sin embargo, después de que Jesús les dice que los sigan, ellos “al instante, dejaron las redes y le siguieron”. Si te paras a pensarlo por un instante, las implicaciones de su acción son enormes. Imagínate que una persona irrumpe en medio de tu oficina (o en tu lugar de trabajo) y te dice que dejes todo atrás y le sigas. Dudo que alguien en su sano juicio lo haría. ¿Por qué? Pues porque como mínimo recibiríamos una enorme reprimenda de nuestro jefe y como máximo una carta de despido. Sin embargo, Pedro y Andrés lo hacen (Ten en cuenta que en el siglo primero no existe tal cosa como la seguridad social, los ahorros en un banco o la indemnización por despido. Si alguien no trabajaba, no tenía qué comer. No tenía forma de sostener a su familia). Cuando Pedro y Andrés deciden seguir a Jesús están gritando con sus acciones: “No hay nada más valioso en mi vida que tú, Jesús. Tú eres mi perla de gran precio. Tú mereces la pena. Nada se compara contigo y nada deseo más en la vida”. ¿Ahora cobra más sentido la segunda frase del versículo 19? Sólo cuando Él es lo que más deseamos, entonces Él hace en nosotros lo que nosotros jamás podríamos hacer por nosotros mismos: tener la pasión y la capacidad para hablarle a otros de lo precioso que es Él. Dicho de otra forma, al disfrutar a Jesús y lo que Él ha hecho por nosotros, nace un deseo en nosotros de decirle a otros: “¡Mirad! ¡Esto es precioso!”.
¿POR QUÉ NO EVANGELIZAMOS?
Si has captado el sentido pleno de nuestra definición, no te resultará difícil responder esta pregunta. ¿Por qué un cristiano no habla con personas no cristianas acerca de Jesús? La respuesta es muy simple, pero a la vez muy profunda. Si no tenemos deseos de evangelizar, es porque nuestros deseos están dirigidos hacia otra dirección. ¡Allí está la clave!
Todos los seres humanos nos levantamos cada día con una razón que nos motiva a hacerlo (Justamente por eso, una persona deprimida siente que no tiene propósito o razón de vivir y no quiere levantarse de la cama). Todo el tiempo estamos deseando algo. De hecho, es imposible no desear. “Deseo que mi hijo no llore”. “Deseo que no haya tráfico en la autovía”. “Deseo sacar una buena nota en el examen”. “Deseo un trabajo que pague mejor y que me permita trabajar menos”. “Deseo cambiar el coche”. “Deseo que baje el precio de la gasolina”. “Deseo que hoy no llueva o no haga tanto calor”. “Deseo cortarme las uñas. El pelo. Tomar un baño. Descansar un poco”. Ser un ser humano es ser un ser que desea. Nuestros deseos son los que nos dan una razón de vivir. Lógicamente existen distintas “categorías” de deseos (No es lo mismo desear que no se muera un familiar, que desear que no haya cola en la panadería). La cuestión es que ya sean deseos “trascendentales” o deseos que podemos llamar “menores” o “secundarios”, siempre estamos deseando que sucedan distintas cosas que (según creemos) nos darán felicidad.
Lee pues, con detenimiento, lo que Paul Tripp, un muy respetado autor cristiano, escribió sobre sí mismo:
“Me gustaría poder decir que no es cierto, pero la verdad es que lo es. A veces deseo tanto mi propia comodidad, que me vuelvo irritable y quejoso porque no obtengo lo que creo que merezco. A veces deseo tanto tener razón, que me vuelvo agresivo y argumentativo cuando no me la dan. A veces deseo tanto el afecto y el respeto de los demás, que sus opiniones me afectan desproporcionadamente y me controlan. A veces deseo tanto una cosa en particular, que me siento con síndrome de abstinencia hasta que improviso una forma de obtenerla. A veces deseo tanto controlar mis circunstancias, que me vuelvo tremendamente demandante y nada servicial. A veces deseo tanto el placer personal, que invierto enormes cantidades de tiempo y energía en la búsqueda del mismo. A veces tengo tanta ansiedad por la comida, que termino comiendo más de lo que debería”.
Cada una de las cosas que he mencionado no son malas en sí mismas. El deseo de tener la razón, de ser respetado, de tener posesiones, de tener una medida de control, de experimentar placer, o de comer cosas deliciosas no son inherentemente malos… El problema es cuando alguna de estas cosas domina mi corazón. Por eso es fundamental recordar que: El deseo por una cosa buena se convierte en una cosa mala, cuando ese deseo se transforma en una cosa que me domina”.
Paul Tripp está en lo correcto. Cuando cualquier cosa y no Cristo domina nuestro corazón, aquello que deseamos (sea bueno o malo) va a definir y moldear nuestros pensamientos, nuestras prioridades, nuestras palabras y nuestro comportamiento. ¿Por qué, entonces, un cristiano no habla con personas no cristianas acerca de Jesús? Porque nuestros deseos están dirigidos en otra dirección. No es por falta de tiempo o de oportunidades, es porque hemos dejado de disfrutar de Jesús. Es porque encontramos nuestra razón de vivir en otro lado (en nuestro ídolo del momento) y algo que el mundo nos ofrece es ahora aquello que nos mueve y esclaviza. Por lo tanto, ¿Qué necesitamos para volver a evangelizar? ¡Recuperar nuestro primer amor! ¿Cómo hacemos esto? Parándonos a pensar en qué es aquello que más amamos en este momento. Deteniéndonos a considerar: ¿Cuál es hoy mi verdadera razón de vivir?
Como muy acertadamente menciona Paul Tripp, tenemos una inclinación innata a reemplazar a nuestro bondadoso Creador por las bondades de su creación. Pero, como enseña Lucas 16:13: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Jesús es muy claro. No podemos tener dos señores. No podemos tener dos cosas que controlan nuestro corazón. ¿Por qué? Porque cuando llegue el momento de decidir qué vamos a hacer, sí o sí vamos a desear uno por encima del otro. ¡Por eso no evangelizamos! Porque hay otra cosa que no es Jesús que domina nuestro corazón. Puede ser el amor desmedido al dinero o el amor desmedido a cualquier otra cosa. De hecho, si miras el contexto del pasaje, te darás cuenta que Jesús está hablando de la evangelización. Y es muy interesante lo que dice en el verso 11. Según este versículo, Dios no nos confiará las riquezas verdaderas (es decir, a personas no creyentes) hasta que hayamos lidiado con las riquezas menos valiosas (nuestros ídolos y nuestro amor al dinero). Dicho de otra forma, mientras mi corazón esté apasionado por otra cosa más que Cristo, es imposible que mi corazón se apasione por evangelizar.
Y, entonces, si nos damos cuenta que estamos en esa situación y queremos cambiarla, ¿Cómo lo hacemos? Déjame responderte primero como no lo hacemos. No cambiamos esforzándonos por hacer aquello que no queremos (es decir, obligándome a hablar de Jesús). Como dijo Pablo: “Vosotros que entendéis la muerte de Cristo, y él os rescatado de los poderes espirituales de este mundo. Entonces, ¿Por qué seguís cumpliendo las reglas del mundo, tales como: «¡No toques esto! ¡No pruebes eso! ¡No te acerques a aquello!»? Esas reglas son simples enseñanzas humanas… Pueden parecer sabias porque exigen una gran devoción, una religiosa abnegación y una severa disciplina corporal; pero a una persona no le ofrecen ninguna ayuda para vencer sus malos deseos” (Colosenses 2:20-23). No. No se trata de “golpearme” a mí mismo para dejar de “tocar” o “probar” aquello que todavía disfruto. Como dice Pablo al final del pasaje, eso no tiene ninguna capacidad de cambiar lo que el corazón realmente desea. Se trata de un cambio tan radical que requiere gracia sobrenatural para poder experimentarlo. Se trata de un cambio de deseos. Se trata de pedirle a Dios que nos permita volver a apreciar y valorar lo que Cristo hizo por nosotros, al punto que cautive nuestra persona como en el día de nuestra conversión y genere las mismas reacciones y radicalidad que generó aquel día. Como dijo el mismo Pablo en otra de sus cartas: “El amor de Cristo se ha apoderado de nuestro corazón desde que comprendimos que murió por nosotros. Habiendo llegado a esta conclusión: Que Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para él, que murió y resucitó por ellos.” (2 Corintios 5:14,15). En este pasaje Pablo dice lo mismo que Jesús en Mateo 4:19; sólo cuando el amor de Cristo se apodere de nuestro corazón, Él nos hará pescadores de hombres. Solo al recuperar nuestro amor por Cristo, recuperamos nuestro amor por la evangelización.
¿CÓMO LE HABLAMOS A OTROS DE JESÚS?
Cambiemos un poco de tema y reflexiona por un momento en la pregunta de arriba. Una vez que lo hayas hecho imagínate la siguiente situación. Una persona cristiana se acerca a otra que no lo es y le dice lo siguiente: “El sacrificio sustitutivo del Cordero inmolado ha hecho posible la expiación de tus transgresiones, de forma tal que si ejerces fe, serás tabernáculo del Espíritu Santo hasta que la redención se complete en la segunda venida del León de Judá”. Todo lo que este creyente ha dicho es bíblicamente correcto. Sin embargo, es muy posible que la persona que lo escuche piense que este cristiano necesita una habitación en un convento o una consulta con un psiquiatra.
Este es un ejemplo exagerado (o no tanto) de cómo muchos cristianos intentamos comunicar lo que creemos. Lo hacemos con un lenguaje que tiene mucho significado para nosotros, pero que es incomprensible para una persona que nunca ha ido a una iglesia. De esta forma, la gente no rechaza el contenido del mensaje, la gente rechaza la forma en que se lo presentamos.
La Biblia nos desafía. No hay nada más precioso que podamos hacer que comunicarle a otra persona el evangelio de Jesús. Pero a la vez, tenemos que ser sabios y sensibles al hacerlo (Lucas 16:8). Debemos recordar un concepto bíblico muy importante: nosotros somos los misioneros, no ellos (Mateo 28:19,20). Nosotros somos los que debemos adaptar nuestras formas, estilos, costumbres y vocabulario a su cultura y no pedirles a ellos que lo hagan. Eso significa contextualizar. En 1 Corintios 9:19-23 Pablo fue muy claro en este sentido:
“Soy plenamente libre; sin embargo, he querido hacerme esclavo de todos para ganar a todos cuantos pueda. Con los judíos me conduzco como judío, para ganar a los judíos. Con los que están sujetos a la ley, yo, que no estoy sujeto a la ley, actúo como si lo estuviera, a fin de ganarlos. Igualmente, para ganar a los que están sin ley, yo, que no estoy sin ley de Dios ya que mi ley es Cristo, me comporto con ellos como si estuviera sin ley. Con los poco formados en la fe, procedo como si yo también lo fuera, a ver si así los gano. A todos traté de adaptarme totalmente para conseguir, cueste lo que cueste, salvar a algunos. Todo sea por amor al mensaje evangélico, de cuyos bienes espero participar”.
Este pasaje nos confronta y nos desafía a morir a nuestros gustos (por ejemplo, al tipo de canciones que cantamos, a nuestra forma de orar, a la decoración del edificio, etc.); con el objetivo de ganar a otros para Jesús. Pablo nos habla de tener una “actitud misionera” donde nosotros nos adaptamos a la cultura y costumbres de la gente no cristiana (no a su carácter) en vez de pedirles a ellos que se adapten a los nuestros.
Esto involucra estar siempre abiertos a realizar cambios de estilo y estética en nuestra iglesia con el fin de generar una mayor cercanía con nuestros amigos no cristianos y crear un contexto donde ellos se pueden sentir más cómodos, aunque mis gustos personales no sean satisfechos (Después de todo, como hemos visto en los primeros valores, nuestra satisfacción más profunda viene de disfrutar a Jesús).
Entre muchas otras cosas, esto involucra, por ejemplo, desterrar de nuestro vocabulario afirmaciones como “lo hacemos de esta forma porque siempre lo hemos hecho así” o “no podemos cambiar esa reunión, siempre la hemos tenido”. Como casi cualquier cosa en la vida entender el por qué, la razón por la cual hacemos lo que hacemos, es mucho más importante que aferrarse a nuestras costumbres y tradiciones y rechazar cualquier tipo de cambio.
En 1 Corintios 14:23-25 Pablo es tan enfático con esta idea que llega a hacer una pregunta que debería ser un lema constante para toda iglesia: “¿Qué pensaría una persona no cristiana si entrara en este momento a nuestra iglesia?” ¿Se sentiría cómodo? ¿Entendería de lo que estamos hablando? ¿Y lo que estamos cantando? ¿Sería capaz de comprender el mensaje esencial que estamos compartiendo? ¿Pensaría que somos unos locos? ¿Se aburriría? ¿Se sentiría identificado? ¿Escucharía un mensaje lo suficientemente claro como para ser convencido de la existencia de Dios y de la veracidad del evangelio? Ninguna de éstas, ni muchas otras preguntas, deberían ser respondidas sin una profunda reflexión y apertura a cambios. Este deseo de ser claro era justamente una de las oraciones más desesperadas del apóstol Pablo: “Oren también por nosotros, y pídanle a Dios que podamos anunciar libremente el mensaje y explicar el plan secreto de Cristo… Pídanle a Dios que yo pueda explicar ese mensaje con toda claridad” (Colosenses 4:3,4 TLA).
¿QUÉ ES LA CONTEXTUALIZACIÓN?
Si tuviéramos que definirla con una frase simple y concreta diríamos que la contextualización son todos aquellos esfuerzos que hacemos para adaptar nuestro mensaje a la cultura que nos rodea. No estamos hablando de cambiar el contenido del mensaje, estamos hablando de cambiar el envoltorio con el que se presenta. En otras palabras, es intentar adaptar la forma en la que hacemos todas nuestras actividades como iglesia con el propósito de que sean mejor entendidas por las personas que no conocen a Jesús.
Tim Keller da una definición un poco más larga y técnica que la nuestra pero que merece la pena leer y meditar con detenimiento:
“La contextualización no es -como a menudo se piensa- «darle a la gente lo que quiere oír». Más bien se trata de darle a la gente las respuestas de la Biblia, que probablemente no sea lo que quieren oír, a cuestiones sobre la vida que la gente pregunta en un momento y lugar específicos, en un lenguaje y una forma que pueden entender y por medio de apelaciones y argumentos con fuerza que puedan sentir, aun en el caso de que los rechacen. La contextualización adecuada significa traducir y adaptar la comunicación y el ministerio del evangelio a una cultura en particular sin poner en peligro la esencia y los rasgos del evangelio mismo”.
En Lucas 16:1-8 Jesús cuenta una de las parábolas más enigmáticas del Nuevo Testamento. Un mayordomo administra mal los bienes de su amo y, sabiendo que se le va a pedir cuentas y que va a ser despedido, modifica el trato normal que debería tener con los deudores de su amo y les dice que le paguen menos de lo que deberían. ¿Por qué lo hace? El versículo 4 lo explica claramente. Para que estas personas lo reciban en sus casas una vez que haya sido cesado. Dicho de otra forma, cambia su trato para “ganarlos”. Modifica su forma de actuar para ser aceptado por ellos. Adapta su comportamiento y los trata de una manera distinta. ¿Moraleja? “El señor elogió al mayordomo injusto porque había procedido con sagacidad, pues los hijos de este siglo son más sagaces en las relaciones con sus semejantes que los hijos de la luz” (Lucas 16:8). Jesús nos da una lección de marketing. Su enseñanza es muy clara. Las personas no cristianas (aunque tienen motivaciones egoístas) saben mucho mejor que las cristianas cómo modificar su forma de actuar para ganar amigos y lograr sus objetivos. Es decir, son mucho más astutos ellos para lograr algo malo, ¡Que nosotros para lograr algo bueno!
Como dijo Jesús en Mateo 10:16: “Mirad, yo os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed astutos como las serpientes e inocentes como las palomas”. ¿Puedes verlo? Contextualizar no es una opción, contextualizar es un mandato. Nuestra pregunta constante como iglesia debería siempre ser: ¿Qué cambios o ajustes podríamos hacer para que todo lo que hacemos sea más fácilmente entendido y aceptado por las personas no creyentes? ¿Qué cambios de formas debemos hacer para que se sientan cómodos entre nosotros y acepten más fácilmente nuestro mensaje? ¿Cómo podemos amarlos de manera creativa y original? Si quieres pensar en la diferencia entre buscar agradar a otros y buscar ser aceptados por otros, lee aquí. Después de todo alguien podría preguntar: ¿No se suponía que buscar agradar a otros era idolatría?
La clave de la contextualización efectiva es entender la diferencia entre la función que tiene una determinada actividad y la forma en que esa actividad se realiza. Definido de manera corta y simple:
- La función: tiene que ver con lo que queremos hacer.
- La forma: tiene que ver con la manera en que queremos hacerlo
He aquí algunos ejemplos:
- La función: queremos orar como iglesia.
- La forma: decidimos tener una reunión los jueves por la noche para orar.
Pero, ¿Qué pasaría si los líderes de la iglesia deciden que la reunión sea los sábados por la mañana? O, ¿Qué pasaría si se decide cambiar el lugar de reunión y, en vez de vernos en la iglesia, se decide comenzar a reunirnos en pequeños grupos en distintas casas? ¿Puedes verlo? Es posible eliminar la reunión de oración sin eliminar la función que ésta cumplía. Es posible modificar la forma y aún seguir cumpliendo con el mismo objetivo.
Pensemos en otro ejemplo:
- La función: queremos que los jóvenes tengan su espacio para ser edificados.
- La forma: decidimos tener una reunión los sábados por la noche para hacerlo.
Piensa lo siguiente. El mandato de Jesús fue ser astutos. ¿Qué le llama más la atención al típico joven español un sábado por la noche; ir a una reunión en la iglesia o ir a una reunión en una casa o en algún bar? (¿Te imaginas un grupo de cristianos pasando un tiempo divertido juntos en un bar mientras charlan sobre cuestiones de la Biblia? ¿Será que esta imagen se acerca más a la idea de “luz” en el mundo? ¿Será que por esta clase de comportamiento “indebido” y “poco religioso” Jesús fue condenado por ser amigo de bebedores, publicanos y prostitutas?).
Podemos cambiar y adaptar nuestras formas. ¡Todas ellas! Nuestra forma de predicar, nuestra forma de cantar, nuestra manera de pasar la ofrenda, o cualquier otra actividad que realicemos. La pregunta que siempre debemos hacernos es: ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo? Pero, al responder esta pregunta; debemos poner a un lado nuestra comodidad y nuestros deseos; y priorizar, como Pablo, la comodidad y el deseo de otros. Después de todo, ¿No es esa la forma práctica en que cumplimos con el Gran Mandamiento y la Gran Comisión?